Llegar a un furancho o morir en el intento

Una de las mayores virtudes de los furanchos es su carácter familiar y privado. El hecho de que mayoritariamente sean establecimientos sin ningún tipo de publicidad ni letrero, y que se encuentren en núcleos alejados de los pueblos y ciudades, hace que encontrarlos y llegar hasta ellos sea a veces una pequeña aventura. Incluso en los mejores casos (para qué engañarnos) se descubren uno o dos furanchos más antes de alcanzar el que se buscaba. Hay leyendas sobre aparatos GPS que han preguntado al propio usuario dónde carallo estaban… Esto se debe principalmente a dos causas.

En primer lugar, un furancho tiene tantos nombres como visitantes, puesto que perderían toda la gracia si los anunciase un letrero de Pepsi luminoso. También pueden recibir distintos nombres según quién se refiera a ellos. Así pues, nosotros hemos llegado a bautizarlos con nombres tan coyunturales como «Las Chicas», «La Viuda», «Neno Bravo», «Polvo Lento», «Las Moscas» (en este caso, su nombre es tan literal como se quiera suponer)… En la secuencia anterior habréis notado un denominador despectivo creciente. Es cierto, pero siempre se emplea con cariño. Un buen furancheiro debe abstenerse de cruzar la línea que separa los anteriores nombres de otros menos sutiles como “Mata-pollos”, “Pies peludos” o “Pan sólo y Chewbacca”, siendo este último una crítica tanto a la comida como al tejido epitelial del propietario; doble grosería. Serán todo lo descriptivos que queráis, pero seguramente no hacen ni pizca de gracia a los dueños. Entenderéis que con una nomenclatura tan arbitraria y caprichosa sea difícil saber dónde se encuentra.

En segundo lugar, un furancho pese a su carácter folclórico y tradicional, tiene unas coordenadas geográficas que suelen venir expresada en código binario; esto es: lo encuentras o te pierdes directamente. Hasta hoy, la manera más fácil de acceder a un furancho es a través de una persona que ya lo conozca, que a su vez suele conocerlo por una tercera persona, que a su vez oyó un día a su padre decir que «alí teñen un viño caralludo», y así sucesivamente…

Si no es posible viajar con este iluminado entonces se procede a la orientación «a la gallega». Esta peculiar idiosincrasia del ser gallego consiste en un diálogo similar al siguiente. Llamaremos «BHF» al Buscador Hambriento de Furanchos y «PG» al Paisano Gallego…

BHF: Boas… ¿e non saberá como se chega ata a de “nombre_de_furancho_cualquiera”?

PG: Pois si (ou non, que todo pode ser…). Mira, se vas por aquí diante, aló ó fondo está a de Carmucha que agora ha de estar pechada (sí amigos, esto último es información superflua pero inevitable).

BHF: (anotación mental: Ok, el primer destino es llegar a la casa de Carmucha, por ahora va bien…).

PG: …pois un pouco antes tes un desvio a esquerda que tes que coller…

BHF: (anotación mental; Bueno, me olvido de la de Carmucha, hay que girar antes a la izquierda).

PG: …e logo tes que seguir un anaco, vas pasar un alpendre…

BHF: (anotación mental: bien, tengo que pasar por un alpendre).

PG: …boh, máis que alpendre é coma un tellado para as vacas…

BHF: (anotación mental: tacho «alpendre» y pongo «tellado»… ¿qué diferencias estructurales habrá entre alpendre y tellado?… ¡pero qué digo!, si a mi ahora no me importa esto).

PG: …e logo vas ver un camiño que torce á dereita, que hai unha casa alta…

BHF: (anotación mental: ok, esto va bien, ya debe quedar poco).

PG: …pois por ahí non é… tes que seguir un anaco máis…

BHF: (anotación mental: ¡pero qué coño!…).

PG: Logo tes que baixar un anaco ata unha ponte sobre un río. Ti baixa todo, todo, todo…

BHF: Vale, chego ata abaixo de todo…

PG: Non, porque un pouco antes tes que coller á esquerda.

BHF: (anotación mental: vamos a morir todos…).

PG: …e logo xa o vas a ver… é fácil…

BHF (llorando de estrés, mientras sus acompañantes le dan cien codazos en el respaldo): Graciñas, deica logo.

PG: Ala, deica logo.

Si hemos conseguido salir mentalmente intactos de esta conversación, continuamos el viaje sin demasiada convicción de encontrar realmente nunca el furancho y seleccionando mentalmente a cuál de nuestros colegas nos comeremos primero en caso de perdernos para siempre. En esta hipotética situación, un servidor de ustedes, que con el paso del tiempo y debido a su afición furancheira, se asemeja pavorosamente cada vez más a cualquier muñeco de SouthPark, tendría todas las de perder.

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